domingo, 29 de abril de 2012

Miguel Hernández

                                                                  Pasionaria



    Moriré como el pájaro: cantando,
    penetrado de pluma y entereza,
    sobre la duradera claridad de las cosas.
    Cantando ha de cogerme el hoyo blando,
    tendida el alma, vuelta la cabeza
    hacia las hermosuras más hermosas.
    Una mujer que es una estepa sola
    habitada de aceros y criaturas,
    sube de espuma y atraviesa de ola
    por este municipio de hermosuras.
    Dan ganas de besar los pies y la sonrisa
    a esta herida española,
    y aquel gesto que lleva de nación enlutada,
    y aquella tierra que de pronto pisa
    como si contuviera la tierra en la pisada.
    Fuego la enciende, fuego la alimenta:
    fuego que crece, quema y apasiona
    desde el almendro en flor de su osamenta.
    A sus pies, la ceniza más helada se encona.
    Vasca de generosos yacimientos:
    encina, piedra, vida, hierba noble,
    naciste para dar dirección a los vientos,
    naciste para ser esposa de algún roble.
    Sólo los montes pueden sostenerte
    grabada estás en tronco sensitivo,
    esculpida en el sol de los viñedos.
    El minero descubre por oírte y por verte
    las sordas galerías del mineral cautivo,
    y a través de la tierra les lleva hasta tus dedos.
    Tus dedos y tus uñas fulgen como carbones,
    amenazando fuego hasta a los astros
    porque en mitad de la palabra pones
    una sangre que deja fósforo entre sus rastros.
    Claman tus brazos que hacen hasta espuma
    al chocar contra el viento:
    se desbordan tu pecho y tus arterias
    porque tanta maleza se consuma,
    porque tanto tormento,
    porque tantas miserias.
    Los herreros te cantan al son de la herrería,
    Pasionaria el pastor escribe en la cayada
    y el pescador a besos te dibuja en las velas.
    Oscuro el mediodía,
    la mujer redimida y agrandada,
    naufragadas y heridas las gacelas
    se reconocen al fulgor que envía
    tu voz incandescente, manantial de candelas.
    Quemando con el fuego de la cal abrasada,
    hablando con la boca de los pozos mineros,
    mujer, España, madre en infinito,
    eres capaz de producir luceros,
    eres capaz de arder de un solo grito.
    Pierden maldad y sombra tigres y carceleros.
    Por tu voz habla España la de las cordilleras,
    la de los brazos pobres y explotados,
    crecen los héroes llenos de palmeras
    y mueren saludándote pilotos y soldados.
    Oyéndore batir como cubierta
    de meridianos, yunques y cigarras,
    el varón español sale a su puerta
    a sufrir recorriendo llanuras de guitarras.
Ardiendo quedarás enardecida
sobre el arco nublado del olvido,
sobre el tiempo que teme sobrepasar tu vida
y toca como un ciego, bajo un puente
de ceño envejecido,
un violín lastimado e impotente.
Tu cincelada fuerza lucirá eternamente,
fogosamente plena de destellos.
Y aquel que de la cárcel fue mordido
terminará su llanto en tus cabellos.









martes, 17 de abril de 2012

Francisco de Quevedo

Poderoso caballero es don dinero

Madre, yo al oro me humillo, 
Él es mi amante y mi amado, 
Pues de puro enamorado 
Anda continuo amarillo. 
Que pues doblón o sencillo 
Hace todo cuanto quiero, 
Poderoso caballero
Es don Dinero. 


Nace en las Indias honrado, 
Donde el mundo le acompaña; 
Viene a morir en España, 
Y es en Génova enterrado. 
Y pues quien le trae al lado 
Es hermoso, aunque sea fiero, 
Poderoso caballero
Es don Dinero. 


Son sus padres principales, 
Y es de nobles descendiente, 
Porque en las venas de Oriente 
Todas las sangres son Reales. 
Y pues es quien hace iguales 
Al rico y al pordiosero, 
Poderoso caballero
Es don Dinero. 


¿A quién no le maravilla 
Ver en su gloria, sin tasa, 
Que es lo más ruin de su casa 
Doña Blanca de Castilla? 
Mas pues que su fuerza humilla 
Al cobarde y al guerrero, 
Poderoso caballero
Es don Dinero. 


Es tanta su majestad, 
Aunque son sus duelos hartos, 
Que aun con estar hecho cuartos 
No pierde su calidad. 
Pero pues da autoridad 
Al gañán y al jornalero, 
Poderoso caballero
Es don Dinero. 


Más valen en cualquier tierra 
(mirad si es harto sagaz) 
Sus escudos en la paz 
Que rodelas en la guerra. 
Pues al natural destierra 
Y hace propio al forastero, 
Poderoso caballero
Es don Dinero.

miércoles, 11 de abril de 2012

Miguel Hernández

Sepultura de la imaginación

Un albañil quería … No le faltaba aliento. 
Un albañil quería, piedra tras piedra, muro 
tras muro, levantar una imagen al viento 
desencadenador en el futuro.

Quería un edificio capaz de lo más leve. 
No le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería! 
Piedras de pluma, muros de pájaros los mueve 
una imaginación al mediodía.

Reía. Trabajaba. Cantaba. De sus brazos, 
con un poder más alto que el ala de los truenos, 
iban brotando muros lo mismo que aletazos. 
Pero los aletazos duran menos.

Al fin, era la piedra su agente. Y la montaña
tiene valor de vuelo si es totalmente activa.
Piedra por piedra es peso y hunde cuanto acompaña
aunque esto sea un mundo de ansia viva.

Un albañil quería... Pero la piedra cobra
su torva densidad brutal en un momento.
Aquel hombre labraba su cárcel. Y en su obra
fueron precipitados él y el viento.